Saturday, September 09, 2006

A ver, chicos y chicas. No es que cambie de blog . Definitivamente no abandonaré este espacio. El caso es que tengo dos blogs. Este que leen aquí es para asuntos felices y entretenidos, el otro es para asuntos que no precisamente de identifican con lo anterior. Es como tener un vestido, o calzones, como quieran, para la primavera y otro para el otoño. Por el momento no me siento hábil para ofrecer algo que puedan disfrutar en este blog.
Gracias.
No me gusta postergar sensaciones que de inmediato merecen ser posteadas. A partir de la que voy a contar ahora, las cosas sólo han sido elegantes o jocosas -las últimas en menor medida; no he podido hacer un todo. Pienso que a estas alturas del partido me encuentro dividida. En fin, éste blog sirve a experiencias que no comprometen al lector.
Tengo otro blog en el que me doy la oportunidad de ser sincera conmigo misma y con todos los demás. Sin pretenciones ofensivas, los relatos ahí son experiencias ominosas que merecen ser evitadas, pero siguen ahí. Éste blog será sustituido por aquel.
Me remito a experiencias jocosas y elegantes esperando poder mantener un mood adecuado para la remembranza de ese día.
Mi mamá me mandó tres mensajes seguidos que decían: "Compré unas pelucas." Yo no podía reflejar mi entusiasmo con respecto a los mensajes por dos sencillas razones: la primera, porque estaba en una sesión del seminario y tenía que aparentar un semblante solemne y sabihondo frente a los respetables maeses y los consecuentes condiscípulos. Si acaso hubiera dado muestras de estar pensándome a mí misma con una peluca blanca y esponjada estilo rococó o con una cabellera falsa llena de caireles rojos o con una de peinado de micrófono, los hubiera perdido para siempre. Académicamente nadie piensa en pelucas.
La segunda razón por la que me veía minusválida en reacciones hacia las pelucas era porque nunca habìa usado una. Yo tenía en mi imaginario que sólo las (los) viejitas (viejitos) y las víctimas de personas oligofrénicas y osciosas - es decir, perros- usaban pelucas. No era cosa que me entusiasmara. Verme como una viejita o un perro ridículo... I don't think so...
Sin embargo tenía que enfrentarme a mi mamá y a las pelucas. Me dirigí a mi casa, escéptica de lo que iba a resultar al ponerme en la cabeza un manojo de pelo falso.
Llegué y noté que mi mamá había ido al salón de belleza. "Ahí ha de haber comprado las pelucas..." me dije a mí misma, adelantándome a los hechos. La cosa era una certidumbre más que una precipitación. La cosa -entiéndase como "cosa" peluca y/o el acto de usarla- se había puesto más grave porque recordé que las pelucas también las usaban mujeres calvas y FRANCIS(!!!!) ¡Malhaya la hora en la que mi mamá decidió interactuar con estilistas gays! Aunque reconozco las grandes habilidades de estos... entes a la hora en la que uno se debate entre un corte, o un color, poco favorecedor y otro.
Sobre la cama de mi mamá estaban las pelucas. Una rubia media y una rubia oscura. Persuadida y después exhortada, me puse la peluca rubia. Salí del cuarto de mi mamá para verme en el espejo más cercano. El perro me ladró al desconocerme. Cual fue mi sorpresa al sentirme atraída por esa hermosa chica rubia que el espejo reflejaba (...)
Long story short, me gustaron las pelucas. Digamos que dan un toque y un cambio mucho más significativo que los gorros y los sombreros. Y no, no son exclusivas para viejitas calvas y para perros víctimas del oprobio. Son una moción a la vanidad. Por suerte me mantuve al margen al tomarlo como una experiencia lúdicay enriquecedora poco digna de ser expuesta en las calles.